¿Qué lecturas os seducen más?

viernes, 12 de marzo de 2010

El ejemplo (prosa breve)



'Nuestros antepasados consideraban a la mujer, a la manera de los objetos de laca en polvo de oro o de nácar, como un ser inseparable de la oscuridad, y hasta donde fuese posible, se esforzaban en sumergirla por completo en la sombra; de ahí las largas mangas, los largos vestidos que eclipsaban las manos y los pies, de tal manera que la única parte a la vista, es decir, la cabeza y el cuello, estaban investidas de una importancia embriagadora.'
Junichiro Tanizaki, Elogio de la sombra, 1933




Hacía bastante tiempo que no había tenido una cita doble. Bueno, la verdad es que, doble, doble, no era. Podría haber sido triple. Pero, pese a todo, preferí contenerme, haciendo ese ejercicio de voluntad sin igual y esperar.
Aunque tu corazón lata a grandes pulsaciones, debes respirar hondo y desatender esa sintomatología que nunca te llevará a ninguna parte. Es luego cuando debes ser fuerte, y no como la mayoría de esos cachorros, aprendices de hombre que vagan por ahí.
Cuando una vez expuse estas razones, me tacharon de macho man, de fósil misógino y no sé cuantas cosas más. La gente se piensa que, cuando te plantas en una teoría relativa, te encasillas. Qué equivocados están. El culto al ego no es lo mismo que 'cultivarse'. El narcisismo no es bañarte en chocolate ni hacer una sesión de 'pilates' para fortalecer tu estado físico-muscular. Y si trascendemos un poco en esas cuestiones, llegaremos a comprobar que la imagen, igual que el carácter, son dos posesiones que nos han sido entregadas para rellenar un espacio vacío: la virtud. Estos motivos tan humanos, tanto del hombre como de la mujer, pueden convertirse en poderosos atributos, tan sólo falta saberlos utilizar.

Una llamada fría, como mi cuerpo carente de sentimientos, irrumpió de madrugada. Mi tocador estaba lleno de pañuelos y velas; el incienso se desparramaba por el suelo como una lluvia de plomo y mi cama, deshecha y pestilente, producía un hedor insoportable, pero sano, y no como la antihigiénica pestilencia que emanaba del cuerpo de Tamara, una chica de voluptuosas caderas y no menos modales. No todos los ligues de una noche acaban tan mal, pero viniendo de mi experiencia en estas lides, diría que mi error estaba más que merecido. Sólo un idiota se acostaría con la primera mujer de la noche...o no. Lo cierto es que desde la primera vez que me presentaron una, que, por coincidencias de la vida llevaba ese mismo nombre, Tamara, un gran estupro, o mejor diría, una inmensa arcada de grandes proporciones, inundó todo mi estómago. No es que fuera mala chica, no, pero sus aspavientos y un extraño olor que flotaba de su cuerpo, el cual olí aunque no quisiese al acercarme a darle dos besitos, me sentó peor que esa vez que bebí tres cuartos de litro de whiskey a palo seco.
No obstante, a veces, cuando no encontrabas lo que buscabas, te dedicabas a dar caza a aquellas chicas que a sabiendas, no podían escaparse. Pero en cualquier caso, no bastaba con tirar la piedra, ellas la tenían que recoger, o al menos irla a buscar. Por causa recíproca o no, había caído de nuevo en las redes de carne y nalgas, aunque muy, muy esbeltas como a mí me gustaban, no fueran esta vez. Ahora, tras el patinazo estaba seguro, no caería por tercera vez en el mismo error.

Particularmente, a mí siempre me atrajeron las mujeres esbeltas, independientemente de que su tez fuera rubia o morena, menos, me sabe mal por ellas, las pelirrojas. En otro tiempo no hubiera dicho que no, pero ahora, sabía mucho lo que quería, o debería decir mejor, necesitaba...

La sal de la vida y los secretos del corazón. Dos titulares que leí en dos periódicos atrasados que se hallaban tirados por el suelo de mi estudio me hicieron dar con un libro enigmático, cuanto menos singular, pero nada etéreo como su autora en él describía las cualidades de unas exóticas criaturas que inundaban el universo del Edo hace más de sesenta décadas. Siempre había creído que la parte más sensual y erótica en una mujer, y en la que se hallan más zonas erógenas en menos espacio por centímetro cuadrado es la cara. Ésta lo dice todo. Te dice sí, no ó tal vez. Y también nunca, pero eso depende de lo estúpido que seas o lo gorda que la hagas. Lo cierto es que en la faz se reúnen cerebro, hechura, estilo y carácter. Todos los sentidos en un solo espacio de menos de un palmo y medio de altura. No es por eso menos de la importancia de la mirada, y sobre todo, de los ojos, qué cierto es que una imagen vale más que mil palabras. La palabra, como cuerpo cierto de la imagen, ayuda, pero la imagen, la visión hipnótica del sujeto, difunde, recrea, embellece, es incapaz de mentir.
Por suerte o por desgracia, este no era mi caso.


Uno de los libros más reconocidos de un tal Althusser narraba precisamente la pauta que siguió el mismo autor para cometer el asesinato de su esposa. Yo no voy a llegar tan lejos, pero quizá me aproxime un tanto, aunque a Dios gracias, no haya sangre en ella, espero.


Yendo a lo práctico, os diré que las chicas estaban muy bien, sabrosas y saleras las dos. Una era, como diría, allende del Báltico; fría como un témpano de hielo, pero muy delicada y observadora. Quizá demasiado, pero en fin, me gustaba. La otra, en cambio, era una locomotora, la había conocido en una tienda de ésas que venden artículos de segunda mano. No era especialmente guapa, pero tenía aquello que todas las mujeres, algo, no sé el qué; quizá sus senos rectilíneos y endurecidos y su figura delgadísima fueran los atenuantes. Digamos que era de las que te ponen 'a tope' en pocos minutos y luego se te pasa. Pero la primera era diferente. Algo misterioso y perpetuo, como las litografías de Kandinsky que lucen desde hace años mi dormitorio, sólo te hacían pensar. Además tenía estilo y clase, se vestía con esmero y cuidaba su cara con gran cuidado. Y no iba provocativa, y eso me agradaba mucho. La otra era más de lo mismo. Otra Tamara con la que lavar la ropa, aunque así no se llamase.

Cuando cogí el móvil y vi el teléfono de la llamada entrante en la pantalla, sabía lo que iba a escuchar antes de oírlo siquiera. A veces, hacerte el loco, funciona. Se prueba todo pero, lo original raras veces decide ir bien. Por ello vale la pena probar lo más básico. Ir de simple. La sinceridad ayuda, pero sólo cuando es ella la que te persigue, y no al revés. Si por lo contrario, tú decides seguirle la corriente, tienes un grave problema.
Una vez colgué fui a hacerme la cena. Estaba solo en casa. Como Culkin. Pero no era estúpido, he ahí la diferencia. Mi temperamento frío y vacuo saltaba todas las normas de conducta humana, y eso es lo que me mantenía vivo. No dejarse atemorizar por nada. A mí modo, mi cuerpo era capaz de vestirse como esas mujeres cosmopolitas que habían llenado una vez el Yoshiwara. No obstante, era un romántico, y eso me perdía en las relaciones ya empezadas.
Me dije a mí mismo que me tomaría un día de fiesta. La mañana siguiente no fui al trabajo. Eso es una suerte, o desgracia, si la empresa es tuya. Cogí el tren y me fui para Barcelona. Di un par de vueltas por la sección de libros y audiovisuales del FNAC de la Plaza de Catalunya y compré una película en DVD y un libro de cuentos de una escritora Bengalí residente en Nueva York. Era un libro que te describía triángulos amorosos e intrincadas relaciones de pareja. Había leído una buena crítica en un periódico sin nombre y decidí comprarlo, parecía prometedor. Siempre se aprende algo de los libros, si sabes lo que buscas en ellos, claro.
Siempre he pensado que el poder está en el resumen, en la sinapsis que concluye y concreta todas las cosas; la tristeza, la esperanza, la pasión, la venganza, el resentimiento y la infidelidad, el amor... Todo son letras perdidas, sin interés, salvo el saber. Es éste el único que te inflinge y dota de la capacidad para alcanzarlo todo, y hacer de lo imposible, posible.
Darte un poco de cuerda a ti mismo sirve bastante, y también te sirve para ahondar hacia lo que quieres, y sobre todo, pensar en ello.
La estrategia estaba ya trazada, me iba a ver con las dos.
Un tío normal se las hubiera dado de Drácula y unos pensamientos oscuros y libidinosos, como las estampas shunga de Kitagawa, le hubieran pasado por la cabeza. A otro, en cambio, un cerebro más astuto sin duda, se hubiese estrellado contra una pared de hormigón proveyéndose a sí mismo de las costumbres de un Valmont revivido. Yo, en cambio, por vez primera, había rehuído esas dos. Esa mujer me gustaba, y aunque ella no lo supiera, ni yo quizás tampoco, la quería impresionar.
De todos modos el cuento del escritor loco siempre me había acechado, y aunque las brumas del cielo habían desaparecido, mis pensamientos hacia la otra chica estaban lejos de desaparecer todavía. ¿Qué hacer? El Domingo os lo cuento, mañana no puedo, he quedado con ella; a media tarde, eso sí. Ya se sabe. Hay otra que se espera. Si una no funciona, paz y galletas, la otra lo hará.
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Copyright:

Del relato:
Ángel Brichs©

Imagen:
Abi Pap, 2010©

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